LUIS MARÍA ANSON| OPINION
10/08/2010
Decir todo esto, si bien con otras palabras, claro, al César, aunque sea de pitiminí, a Napoleón, aunque sea de opereta, tiene su mérito. Zapatero se ha encontrado con la horma de su zapato. Y si arriscadas tenía las cosas fuera del partido, difíciles se le han puesto dentro. El Rubicón le amenaza. Después del órdago que ha lanzado, si Trinidad no gana las primarias, el presidente circunflejo habrá pisado la frontera de la dimisión. Gregorio Peces-Barba, siempre moderado, siempre ecuánime, siempre sagaz, se ha sentido obligado a hacer público su lamento ante el procedimiento empleado por Zapatero para escabechar a Tomás Gómez. El «ordeno y mando» no es de recibo en un partido democrático. Lo menos que se le puede exigir a Zapatero es un talante negociador y dialogante. Por cierto, que Trinidad ha empezado su puja mintiendo al afirmar que Zapatero no ha intervenido en su decisión. Decisión que, por otra parte, abre la crisis de Gobierno de forma inevitable ya.
Bien por Tomás Gómez. Las espadas han quedado en alto en su visita a Moncloa. Son muchos los socialistas dispuestos a votar en las primarias a un compañero que se ha enfrentado con el poder. Ya veremos cómo maniobra Zapatero. Al presidente, como ha dicho Ignacio Camacho, le quedan pocas oportunidades de equivocarse. Pero no desperdicia ni una. Es un cadáver político que se descompone entre incesantes rumores. Lo que pasa es que está de cuerpo presente, velado tiernamente por Bibiana, por Leire, por Elena, por Maleni. Y por Trinidad, claro, por Trinidad.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
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